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martes, 26 de febrero de 2013


Con orgullo, practican un deporte
legendario
Sábado 24 de noviembre de 2012
Adrián Roa / Clínica de periodismo | El Universal
Hubo una época, nadie, nadie lo recuerda, en que el juego de pelota mixteca se extinguió del Distrito Federal. En ese entonces, Justino Pérez Miguel recolectó lo que quedaba del deporte prehispánico, como guantes que se utilizaban para pegarle al esférico. Llenó su carretilla de aquellos artefactos hechos a base de cuero y los repartió entre la comunidad de Tlalmille en la delegación Tlalpan. Desde entonces, Justino fue llamado El Pariente, quien junto con Pedro Aparicio y Pablo Garzón fundaron lo que hoy se conoce como Deportivo Ecológico Mixteco. El Pariente falleció el 22 de julio de 2003, pero su memoria perdura en el corazón de sus compañeros de campo, quienes cada fin de semana se reúnen en la cancha de San Andrés Totoltepec para “cascarear”; dicho pasa juego o patio (nombres que reciben los espacios de práctica y competencia) forma parte de los cinco que existen actualmente entre el Estado de México y el Distrito Federal. Desde hace 24 años, Pedro Aparicio Cerón funge como encargado de mantenimiento del pasa juego de San Andrés. Como Coime, es el
primero en llegar al campo. Barre, pinta y prepara la cancha. Al igual que Coime, cuenta con la responsabilidad de dictar partida en las discusiones y controversias que se presentan durante el encuentro. En otras palabras, Aparicio es la máxima autoridad del campo, el juez de patio. “Pertenezco al municipio de Sola de Vega, Oaxaca.
Llegué a la capital en 1975. Antes jugaba en Zapotitlán del Río desde los 15 años. Aquí en Tlalmille hubo un reacomodo y me junté con otros dos señores que también jugaban (El Pariente y Pablo Garzón). Las autoridades nos dieron permiso de trabajar el campo y jugar”.
El pasado 7 de octubre, el pasa juego de San Andrés cumplió 22 años de haber visto botar por primera vez la pelota de hule. “La pelota es muy peligrosa, pesa alrededor de 900 gramos y bota como jija de su madre, por eso pedimos la protección de la malla”, confiesa el jugador Faustino Lozano. “Las pelotas cuestan 400 pesos y perderla nos sale caro. Por eso pedimos el enmallado pa’ que cuando lleguen los pelotazos se regrese la pelota”, dice otro jugador de nombre Fabián Hernández. Coime añade: “desde que se inauguró el campo
pedimos a las autoridades que se nos enmalle. No nos hacen caso porque dicen que es zona ecológica pero no la afectamos en nada”. A los festejos se unió la delegada M aricela Contreras. “Nos dan puros aviones. Nosotros le explicamos que ahorita Tlalpan se está dando el lujo de contar con un juego prehispánico. No queremos que nos pase lo de Balbuena, donde no supieron aprovechar”, agrega Hernández.
La demolición de los llanos de Balbuena
Los llanos de Balbuena fueron acondicionados por los primeros jugadores provenientes de los estados de Guerrero, Michoacán y Oaxaca a finales de los años 30. Dicho pasa juego se convirtió poco a poco en un lugar de reunión para quienes llegaban del pueblo en los 50, 60 y 70.
En el dictamen cultural Los juegos de pelota de origen prehispánico en la ciudad de México, la antropóloga Teresa Mora explica la importancia del lugar: “el pasa juego de Balbuena es uno de los espacios tradicionales ubicado en el perímetro B del Centro Histórico, donde a través de la convivencia intercultural se reproducen exponentes del patrimonio cultural vivo: términos, dichos, expresiones lingüísticas regionales, gastronomía, música, juegos de pelota y sentido comunitario”.
El 28 de octubre de 2008, se emitió la declaratoria de Patrimonio Cultural Intangible de los juegos de pelota de origen prehispánico por parte del Gobierno del Distrito Federal (GDF). Sin embargo, casi un año después, el 9 de julio de 2009, el llano de Balbuena fue demolido a pesar de los más de 50 años de historia. En su lugar se construyó un centro de control de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal. El único vestigio que se conserva de aquella cancha es la placa que develó el ex presidente José López Portillo en el 25 aniversario del pasa juego donde, además, se practicaba el deporte en sus diferentes ramas: la Pelota Mixteca de hule, de forro, del valle o la pelota Tarasca; se diferencian por el material de la pelota y el artefacto con lo que se juegue (mano, guante, venda o tabla).
¡Fierro!
Niños corren entre gente, árboles y tierra. El sol ilumina el terreno donde 10 jugadores disputan la primera cascarita del pasa juego de San Andrés. “El futbol yo lo veo como negocio. Ellos cobran por jugar y nosotros al contrario: pagamos. Pasamos una gorra y cooperamos de a 20, de a 40 o de a 50; así juntamos para comprar un camión de graba. En temporada de lluvia con tal de jugar echamos arena, emparejamos. Esto es amor al deporte”, dice Hernández, quien está sentado en una piedra al borde de la cancha. La sombra del árbol lo acompaña porque está “roto del brazo”. “Muchos jugadores fallecen, personas que han emigrado a Estados Unidos. Ahí hay mucha gente que juega pelota mixteca. En Oaxaca, el dominguito a las 11 mañana está llena la cancha. Aquí no, lamentablemente”.
Para jugar la pelota mixteca se necesita de un guante, una pelota de hule y, según el señor Hernández, “muchos huevos”. El objetivo es pasar la pelota a territorio enemigo sin que salga del campo y sin que conteste el rival, como en el tenis pero sin red. En lugar de raqueta se utiliza el guante, los cuales llegan a pesar cuatro, cinco y hasta seis kilos. Otra diferencia con el deporte blanco es la cancha. Ésta tiene que medir de 100 a 120 metros de largo por 11 de ancho. “Todo es cuestión de irlo practicando. Algunos gritan de lo que le pegan, pero la ponen hasta allá, como El Zacainelito, que grita ‘¡chinga tu madre!’ o Víctor, que grita ‘¡Fierro!’”.
Hernández es un apasionado al deporte, tal vez por eso acompaña cada uno de sus comentarios con gesticulaciones, palabras altisonantes o ademanes. Para dar inicio al partido, se utiliza una piedra plana llamada “piedra de saque”. Ahí los jugadores se apoyan para dar el primer movimiento. “El saque es el 90% de la jugada.
Si el que saca lo hace mal, los chinga a todos y se desgasta a lo güey. Todo es cuestión de colocar y controlar los tiempos de la pelota”.
Ahuilcalli o casa del juego
La antigüedad de la pelota mixteca es difícil de precisar. Sin embargo, el sociólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM ) y jugador Cornelio Pérez Ricárdez asegura que hay varios indicios que aportan una idea de su edad y su historia. “Primero, los jugadores de pelota esculpidos en la zona arqueológica zapoteca de Dainzú (500-350 a.C.), donde se observa la práctica de un juego de pelota a mano. Segundo, por tradición oral nos enteramos que antes se jugaba sin guante y en prácticamente en todas las poblaciones de Valles Centrales, de la Mixteca y de la Costa, y partes de la Cañada y de la Sierra de Juárez. También nos enteramos que en la ciudad de Oaxaca llegó a haber alrededor de 17 pasa juegos, lugares importantísimos de reunión, esparcimiento y de preservación de las tradiciones oaxaqueñas auténticas”.
Después de acabar con la tradición e historia que representaban los llanos de Balbuena, el Gobierno del Distrito Federal (GDF) propuso reubicar el deporte autóctono. Ahuilcalli o la casa del juego es el nombre del nuevo centro deportivo, ubicado en avenida Boulevard Aeropuerto. El inconveniente es que el pasa juego no cumple con las características necesarias para ser practicado. Cornelio Pérez explica: “el largo no es el adecuado, hay cascajo y piedras sobre el terreno. Además, la forma en que está orientada la cancha tampoco es la adecuada, ya que nos pega el sol en los ojos y perdemos la pelota de vista, lo que puede ser peligroso.
Existe toda una manera de construir las canchas, no es capricho. Todo se origina porque no nos quieren escuchar. No hay respeto por esta práctica cultural”.
El chacero (árbitro) determina el final de la cascarita, momento en que los jugadores pasan a degustar la tradicional comida oaxaqueña, esta vez fueron Tlayudas. El sol bajó su intensidad, por suerte, las pelotas no se perdieron entre la maleza. “Este campo está en una condición muy buena, no tiene dueño, pero por antigüedad nos lo pueden reconocer. Muchos tienen que trabajar y por eso ya no viene, hay razones pero nosotros estamos aquí cada ocho días”, manteniendo la tradición.

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